Opinión | Desde el umbral

Luz

Los humanos evolucionamos en cuanto a las necesidades lumínicas

Luz solar

Luz solar

Se habla mucho de la importancia del clima en el carácter de las personas, de cómo afecta el tiempo o las condiciones meteorológicas -ya sea de manera transitoria, episódica o permanente- a la personalidad y estado emocional de los seres humanos que habitan en unas u otras áreas del planeta, del continente o de nuestro propio país. Pero se habla menos de cómo influye la luz que ilumina unos u otros paisajes urbanos, rurales o naturales y de qué suele despertar en nosotros lo brillante o lo tenue, lo luminoso o lo mortecino, tanto en el ámbito de las sensaciones como en el de los sentimientos y la manera de ser de los individuos. Hay lugares que tienen una luz especial. Y otros emplazamientos que se iluminan de manera muy dispar en función del transcurso de las horas o los años. La luz natural y la artificial tienen poco que ver. Pero la una y la otra condicionan en función de su potencia y de su calidez o frialdad, por nombrar solo algunos factores que las pueden definir. La luz de interior es más maleable, y podemos adaptarla, con medios y talento, a nuestros gustos, deseos o necesidades. La natural tiene un carácter más indómito y, aunque es posible su modulación y un cierto control, sirviéndonos de elementos, materiales y objetos, su fuerza es mayor y menos manipulable por la mano del ser humano. Hay gente a la que le da igual vivir en un hogar luminoso y otra a la que no le importa que sea más lúgubre u oscuro. Pero hay personas que, antes de reparar en metros cuadrados, distribución, número de estancias o la versatilidad de los espacios, mira cuál es la luz que entra desde el exterior, y trata de constatar el ambiente que configura con sus rayos o su desmayo. Los hay que prefieren la luz fría e intensa y quienes se sienten confortados con la calidez de una serie de puntos de luz leve estratégicamente distribuidos no solo para ver sino también para poder sentirse arropados o abrigados. También hay gente que encuentra la placidez en ambientes tétricos, donde no hay visos de que se cuele casi ni un haz de luz.

Los hay que prefieren la luz fría e intensa y quienes se sienten confortados con la calidez de una serie de puntos de luz leve estratégicamente distribuidos no solo para ver sino también para poder sentirse arropados o abrigados

Por otra parte, los seres humanos evolucionamos en cuanto a las necesidades o preferencias en el terreno lumínico. E, igualmente, nos vemos influenciados en nuestras estructuras cognitivas y nuestro ánimo a la hora de apreciar o decantarnos por un tipo de luz u otra. No es extraño, tampoco, que seamos contradictorios en nuestros gustos o elecciones de luces para determinados momentos del día o la noche, o según la actividad que estemos desarrollando. Estoy seguro de que quienes escribimos en estas páginas, a veces, tratamos de arrojar algo de luz sobre este o ese otro aspecto de la realidad, la vida o el presente. Lo que nunca acaba de saberse del todo bien es si los ríos de tinta son capaces de prender antorchas o si todo queda en el casi imperceptible destello de una cerilla que se consume al poco de prender.

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