Opinión | Espectráculos
Melancolía en Yuste

Josep Borrell en Yuste
La semana pasada tuvo lugar, en el Monasterio de Yuste, la entrega del Premio Europeo Carlos V a Josep Borrell, con la presencia de numerosas autoridades y políticos tanto en activo como retirados. La ceremonia dejó imágenes previsibles, como la de los niños de los colegios de la comarca, congregados allí para vitorear al rey, que les iba firmando banderitas, y justo detrás iba Guardiola, para que pareciera que ese homenaje iba también por ella. Andaban por allí algunos expresidentes de la región y del país: Rodríguez Ibarra (pero no Fernández Vara), Mariano Rajoy (no sé muy bien qué pintaba allí) y Felipe González (por suerte no se sumó Aznar), que en su momento recibió el premio, al igual que Javier Solana, también presente.
En alguna ocasión he insistido en lo importante de la existencia de este premio, y de que se entregue en Extremadura, aunque por otra parte, el premio y el lugar tienen algo de cementerio de elefantes, no por nada lo suelen recibir políticos que están de retirada (así fue el caso con Kohl, Merkel, el propio González) y Carlos V se retiró a ese monasterio, en la época aún peor comunicado que hoy, para pasar sus últimos años y morir, retiro más digno, por otra parte, que el del rey Juan Carlos I en Abu Dabi.
Su vibrante defensa de Europa como el espacio donde mejor se conjugan libertad y justicia social es imposible no suscribirla, pero me sonó con la melancolía de lo que ya no se procura extender, sino mantener
Los méritos de Josep Borrell para recibirlo son incontables, aunque sobre todo se le ha concedido por su desempeño como Alto Representante de la Política Exterior de la Unión Europea en unos años muy complicados, un puesto en el que mostró un nivel de diplomacia del que, de momento, está muy lejos su sucesora, la estonia Kaja Kallas. Borrell ha sido un verdadero europeo, para lo cual, muchas veces, hay que tener lo que él tenía: una inteligencia privilegiada (no todo el mundo puede ser ingeniero aeronáutico y a la vez economista), vínculos con otros países (aparte de inglés, habla un perfecto francés porque su primera mujer era sa) y una empatía hacia los diferentes. De ahí el intento, que salió mal, pero que había que hacer, de hablar con Rusia antes de la invasión de Ucrania y de ahí su denuncia del genocidio en Gaza al que la mayoría de líderes europeos ha hecho oídos sordos. Su vibrante defensa de Europa como el espacio donde mejor se conjugan libertad y justicia social es imposible no suscribirla, pero me sonó con la melancolía de lo que ya no se procura extender, sino mantener.
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