“El pan se quedó en el horno”: Historias del exilio extremeño

Del Guadiana al Sena, homenaje a la vida de los extremeños que tuvieron que cruzar fronteras

Exiliados extremeños

Exiliados extremeños

Hoy, 8 de mayo, se conmemora el Día de Recuerdo y Homenaje a las Víctimas del Exilio, una fecha para mirar de frente una herida aún palpitante en la historia de España. Miles de personas se vieron obligadas a abandonar el país tras la Guerra Civil, perseguidas por sus ideas, sus vínculos o simplemente por estar en el lugar equivocado. Entre ellas, miles de extremeños anónimos —panaderos, maestras, campesinos— emprendieron un viaje sin billete de vuelta. Este es un homenaje a sus voces, sus duelos y su dignidad.

El exilio de los invisibles

No fueron los más conocidos. No eran generales, ni poetas laureados, ni ministros de la República. Eran campesinos, obreros, maestras, tipógrafos, panaderos. Gente sencilla que, por haber apoyado la democracia o simplemente por vivir en la zona equivocada, tuvo que dejar todo atrás.

Extremadura fue una de las regiones más castigadas durante la represión franquista. En pueblos como Badajoz, Mérida, Almendralejo, Zafra o Castuera, la violencia fue brutal. Tras las masacres llegaron las cárceles, los campos de concentración —como el de Castuera— y los paseos sin retorno.

De ahí surgió el éxodo. Miles de extremeños cruzaron la frontera con Francia en los primeros meses de 1939, formando parte de la Retirada, aquel éxodo masivo que dejó imágenes de mujeres con niños a cuestas, hombres sin abrigo durmiendo en la nieve y largas columnas humanas serpenteando los Pirineos.

Pan en el horno y la guerra en la calle

Una de las escenas más vívidas la relató Dolores, panadera en Villanueva de la Serena, que en 1936 tenía 17 años:

“Estábamos amasando el pan cuando mi padre gritó que entraban los falangistas. Salimos por la puerta trasera y no volvimos jamás. El pan se quedó en el horno.”

Ese pan sin terminar de cocerse es símbolo de lo que se dejó atrás: no solo casas o tierras, sino rutinas, olores, fiestas patronales, familia. A veces se escapaban con lo puesto, a veces ni eso. En otras ocasiones, los hombres huían primero, y las mujeres y los niños se quedaban esperando noticias que nunca llegaban.

Muchos cruzaron la frontera de noche, a pie, escondiéndose en pajares o en mulas disfrazadas de arrieros.

De la Siberia extremeña al frío de Moscú

Algunos niños fueron evacuados por el Gobierno republicano a la Unión Soviética. Más de 200 menores extremeños crecieron en orfanatos rusos, como el de Ivánovo, compartiendo aulas con niños vascos, catalanes o madrileños.

Fueron llamados "los niños de la guerra". Aprendieron ruso, cantaron himnos soviéticos y vivieron la Segunda Guerra Mundial desde un segundo exilio. Algunos combatieron en el Ejército Rojo, otros murieron en bombardeos alemanes. La mayoría no pudo regresar hasta la muerte de Franco, y cuando lo hicieron ya no eran los mismos. Su patria era un recuerdo vago con sabor a higos secos y tardes de verano en pueblos que ya no existían como los dejaron.

El exilio como reinvención

Pero también hubo vida más allá del desgarro. En Francia, México, Argentina o Chile, muchos extremeños supieron reconstruirse. Fueron modistas, electricistas, maestros, actores de teatro, impresores. En el exilio, la identidad no se perdió, se transformó.

En París, Manuela —una costurera de Don Benito— recordaba:

“En la pensión donde vivía había más retales de mantones extremeños que ses. Nos aferrábamos a lo que nos recordaba a casa. Y eso, muchas veces, era la comida y la música.”

En Toulouse, los exiliados extremeños fundaron asociaciones, organizaron coros que cantaban jotas, crearon revistas en las que hablaban de sus pueblos. Había quien, en medio de la nieve, recitaba de memoria las canciones de San Isidro o cocinaba migas como forma de resistencia cultural.

Cartas desde el otro lado

Una fuente esencial para reconstruir esta historia son las cartas y fotografías enviadas desde el exilio, documentos que hoy conservan familiares o que han sido rescatados por investigadores y memorialistas.

En una de ellas, escrita desde Veracruz, un joven de Castuera escribe:

“Aquí todo es distinto. La gente es amable, pero no entienden cuando hablo. He aprendido a decir ‘maíz’ en lugar de ‘millo’. Echo de menos el olor del café en la cocina de mi madre.”

Las cartas iban y venían, cuando podían. Otras veces, nunca llegaban. Muchas familias pasaron décadas sin saber si sus hijos o hermanos estaban vivos. El exilio, más que una partida, fue un borrón.

La herida abierta del regreso

Con la llegada de la democracia, algunos exiliados regresaron a España, pero no todos fueron bien recibidos. El miedo seguía instalado, y en muchos pueblos se evitaba hablar del pasado. Julián, que volvió desde México en los años 70, lo contaba así:

“Volví y parecía que era un desconocido. No solo habían cambiado las calles, también las personas. Nadie quería recordar.”

Otros no regresaron nunca. Están enterrados en cementerios de Lyon, Buenos Aires o Moscú. Pero sus nietos, bisnietos incluso, están hoy reconstruyendo esas memorias. Digitalizan fotos, identifican nombres en los archivos, graban testimonios. Donde hubo silencio, hoy hay memoria.

Tiempo de reflexión y homenaje

Hoy, al recordar a los exiliados extremeños, no solo honramos sus vidas y sus luchas, sino también el eco de sus historias que siguen vivas en las familias y pueblos que los vieron partir. En cada carta, en cada foto amarillenta, en cada rincón de un café lejano o en un huerto distante, se mantiene intacta la memoria de aquellos que, ante el horror de la guerra y la represión, decidieron no rendirse, sino resistir con lo único que les quedaba: su vida y su dignidad. Aunque muchos de ellos nunca regresaron, su legado es una lección de valentía, resiliencia y esperanza. Hoy, 8 de mayo, recordamos no solo a las víctimas, sino también a los supervivientes que, a pesar de todo, pudieron empezar de nuevo. En sus historias, el exilio se convierte en una lección eterna de humanidad. Que nunca olvidemos el precio de la libertad, ni la importancia de la memoria para las generaciones venideras.

Fuente de testimonios: "Una breve historia del exilio extremeño: deportación y desarraigo migratorio" - Laura Rodríguez Fraile

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