Opinión | Versos deportivos

Tenis modernista

«Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo» 

 Rubén Darío 

Ser revolucionario en poesía supone una tarea homérica porque luchas en solitario contra una tradición de milenios (todas las épocas atraviesan un poema). Ser revolucionario en deporte resulta un trabajo titánico porque cambias su práctica (sirves como modelo para las épocas venideras). En nuestra literatura sobran los dedos de una mano para contar los rebeldes que instauraron un nuevo orden poético (Garcilaso, Rubén Darío y alguno más). En deporte los renovadores son más escasos aún (Jordan, Maradona, Bolt …) porque la digestión de forma y fondo se avala con resultados.

Rubén Darío acomodó el verso castellano a la musicalidad sa con sugerencias dulcísimas, evocaciones difuminadas de azul celeste, lagos de ensueño, el canto de cisne, un simbolismo sugerente. El arte por el arte, la belleza como fin divino desligado de toda utilidad. Pero en consonancia con su gesta ciclópea, los ataques antidarianos resultaron tan tsunámicos que cristalizaron en una amalgama de corrientes y autores llamada antimodernismo.

Ahora asistimos a uno de esos cambios renovadores protagonizado por Alcaraz, un tenis modernista, una atmósfera de sutil belleza y golpes sublimes. Un lenguaje rico en sonrisas que olvida el filo frío de la derrota, un escapismo de sensaciones que amenazan con trascender más allá del partido. El tenis por el arte y el arte por el tenis. Como Rubén Darío, la revolución sufre ataques centrados en la imposibilidad de unir el fin poético de la victoria con el esfuerzo espartano de conseguirla, sin olvidar que es imposible transformar un deporte sin cambiar la representación de ese deporte. 

Rubén Darío cinceló en un poema que perseguía una forma que no encontraba su estilo, lo halló y cambió la poesía española. Alcaraz encontró su estilo único … y corre el riesgo de cambiar la forma del tenis moderno.

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