Gaza d’Or

Seguro que ya se han enterado: el 47º presidente de EEUU, Donald Trump, ha propuesto expatriar al pueblo de Gaza, para construir allí «casas bonitas» donde los extranjeros podamos ir de vacaciones. La Marina d’Or de Oriente Próximo.

La propuesta se produce en pleno proceso de paz entre Israel y Hamás, después de que el estado sionista haya masacrado a más de 45.000 habitantes de la franja (el 2% de su población) en dieciséis meses, es decir, a un promedio de tres asesinados por hora desde octubre de 2023.

No tardó ni un día Benjamín Netanyahu, primer ministro israelí, en aplaudir fervorosamente la propuesta y poner sus cimientos. No en vano, es su sueño: expulsar a la población palestina de su territorio, apropiarse de él, e impulsar la expansión sionista en la región. Si eso, además, puede reportar beneficios empresariales a israelitas y yanquis (incluidos, por supuesto, los círculos personales de Trump y Netanyahu), ¿qué más puede pedirse?

Y no tardó Netanyahu ni cuarenta y ocho horas en insultar a la Corte Penal Internacional, siguiendo el camino ya emprendido por Trump para intentar desactivar a la más alta institución jurídica del planeta, que metió en la cárcel al ex presidente serbio Slobodan Milosevic y al ex mandatario liberiano Charles Taylor, por citar algunas condenas relevantes.

Todo esto significa que la aparente ocurrencia de Trump ha de ser tomada en serio, puesto que tanto él como Netanyahu saben que solo la Corte Penal Internacional podrá detenerles. Por eso la han colocado en la diana desde el principio. Es decir: no es solo una ocurrencia, están realmente dispuestos a hacerlo y está ya planificado.

Una de las cosas buenas del tsunami de la nueva derecha es que servirá pedagógicamente para explicar cómo pudo el nazismo hacer lo que hizo sin que nadie lo evitara. Esperemos, eso sí, que la pedagogía sea rápida y eficaz. ¿Quién la hará? La vieja derecha espera, en el fondo, a recoger los frutos del éxito de sus hermanos populistas, y la ex izquierda ni está, ni se la espera

La Corte Penal Internacional, con sede en La Haya (Países Bajos), se creó en 1998 para perseguir cuatro delitos: genocidio, crímenes de lesa humanidad, crímenes de guerra y crimen de agresión. No me cabe ninguna duda de que el estado sionista de Israel, a las órdenes de Netanyahu, y con la complicidad de EEUU (más pusilánime Biden, más entusiasta Trump), ha cometido los cuatro, tal como están definidos en el Estatuto de Roma.

Las tímidas reacciones de la comunidad internacional a propuesta tan aberrante (política y éticamente) dejan clara su impotencia. En algunos casos por complicidad y en otros por incapacidad. La actuación de la Corte Penal puede ser instada por el Consejo de Seguridad de la ONU, maniatado por el derecho de veto de EEUU como miembro permanente. También puede hacerlo cualquiera de los 125 Estados Parte (42 europeos, el 34%, incluyendo a España), pero ninguno ha movido aún un dedo. Solo queda que la Corte actúe de oficio.

Una de las cosas buenas del tsunami de la nueva derecha es que servirá pedagógicamente para explicar cómo pudo el nazismo hacer lo que hizo sin que nadie lo evitara. Esperemos, eso sí, que la pedagogía sea rápida y eficaz. ¿Quién la hará? La vieja derecha espera, en el fondo, a recoger los frutos del éxito de sus hermanos populistas, y la ex izquierda ni está, ni se la espera.

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