Opinión | Textamentos

La ciudad sin luz

Presentación de la última novela de Juan Manuel de Prada.

Presentación de la última novela de Juan Manuel de Prada.

Escribir en la era de TikTok una novela de 800 páginas bien documentada y con un léxico exuberante no es solo una exhibición de alta autoestima creativa, sino también la declaración de guerra a una sociedad alérgica a las Letras. Y si una novela de 800 páginas es hoy, digo, todo un desafío, doblemente habría de serlo un proyecto articulado en dos tomos de igual extensión y exigencia literaria. Y a todo esto añadamos un esfuerzo extra: su escritura a mano.

Hablo de Mil ojos esconde la noche, de Juan Manuel de Prada, 1.600 páginas en las que respira la Francia ocupada por los alemanes nazis durante cuatro años (1940-1944), en plena Segunda Guerra Mundial. Estos se presentan en la primera de las novelas, que acabo de leer, La ciudad sin luz, como tipos sibilinos conscientes de que toda conquista fetén exige no solo vencer, lo que ya daban por hecho, sino también convencer.

En estas páginas trajinan, debidamente desacralizados, iconos como Céline, Picasso, Gregorio Marañón, Ana de Pombo, González Ruano, Ana María Sagi, María Casares, Paul Éluard…

Para tan colosal proyecto, De Prada recupera de Las máscaras del héroe a Fernando Navales, falangista de pata negra que languidece como redactor defenestrado en la rancia redacción de El Hogar Español. Pero la suerte, si se le puede llamar así, se pone de parte de Navales cuando el policía Pedro Urraca le pide que se gane para la causa a los artistas “rojillos” que viven en París, haciendo uso de la vieja y productiva táctica del palo y la zanahoria. El objetivo es congregar a los artistas del hambre en el centro cultural de la avenida Marceau, para que difundan las presuntas virtudes del nazismo y del Movimiento Nacional.

En estas páginas trajinan, debidamente desacralizados, iconos como Céline, Picasso, Gregorio Marañón, Ana de Pombo, González Ruano, Ana María Sagi, María Casares, Paul Éluard…

La ciudad sin luz exhibe la grandeur literaria de tiempos pretéritos y le devuelve al lector la ilusión de que, incluso en la bulliciosa era de la tecnología, nada o casi nada es comparable a la silenciosa lectura de una gran novela.

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