Opinión

Vivir en el apocalipsis

Cuando todo es el fin del mundo, cualquier majara que venga con proclamas a lo Noé acaba valiendo, sea con arca o con motosierra

Elon Musk, motosierra en mano, y Milei

Elon Musk, motosierra en mano, y Milei

El apocalipsis es el fin del mundo, pero ya dijo el historiador romano Tito Livio que «El sol no se ha puesto por última vez», y vaya que no, que aquí estamos veinte siglos después. Sin embargo, cuando nos levantamos y escuchamos o leemos las noticias, la sensación es que el fin del mundo es hoy mismo, dada la sobreactuación de los políticos y el sensacionalismo de muchos medios de comunicación. Cualquier ley nueva, declaración, delito, o inclemencia temporal se convierten en el no va más, el acabose que nos conduce a la desaparición como sociedad y hasta como especie.

Permítame el paciente lector que me leyere unas calas de lo acontecido en el suelo patrio y recuerde cómo se comentaron en cada momento y en el presente. La ley del divorcio, del aborto, los GAL, negociar con ETA, la Gürtel, el caso Nóos, Juan Carlos I cazado por Hacienda, la ley de amnistía, Ábalos, compañía y familias, el Fiscal general del Estado imputado, y de Filomena al apagón. Todo se presentó ante la opinión pública como lo nunca visto, el ya no podemos más y hasta estamos en un cambio de era. Pues aquí estamos, lo que no quita ni un ápice de gravedad a los hechos, pero eso, gravedad, a veces diluida entre tanto vocerío. En todo caso, no fue el fin del mundo.

Someter a la población a la sensación constante de que cada día puede ser el último tiene varias consecuencias, que, desde luego, no son tampoco el final de todo, pero tienen su importancia. La primera, la desafección política, pese a que los políticos y sus adláteres, que son quienes más tragedia de pacotilla hacen, se echen las manos a la cabeza de cómo puede ser. Pues claro que puede ser, si nos tienen en un sinvivir mientras ellos cohabitan sin problema con el apocalipsis y viven de él y ni tan mal parece en más de uno y de dos.

Pese a que los políticos y sus adláteres, que son quienes más tragedia de pacotilla hacen, se echen las manos a la cabeza de cómo puede ser. Pues claro que puede ser, si nos tienen en un sinvivir mientras ellos cohabitan sin problema con el apocalipsis y viven de él y ni tan mal parece en más de uno y de dos

En segundo lugar, como consecuencia, crecen los extremos de derechas e izquierdas, porque cuando todo es el fin del mundo, cualquier majara que venga con proclamas a lo Noé acaba valiendo, sea con arca, con motosierra a lo Milei, o charlatanería barriobajera a lo Trump o Maduro, que el apocalipsis es internacional. Lo que me da asco profundo es que quienes fomentan esta tensión de averno se sorprendan de la deriva cuando nos sitúan constantemente cual numantinos asediados por Roma, y recordemos que Numancia acabó arrasada.

Bien nos vendría a todos un poco de sosiego, ya que, salvo tener hijos o morirse, lo demás es negociable. Así que más pensar, pues los voceros del fin del mundo, aunque salgan en los papeles y en las redes, no hacen la verdadera historia, que ya dijo Unamuno que eso era obra de «los millones de hombres sin historia que a todas horas del día y en todos los países del globo se levantan (…) para proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana». O sea, el común de nosotros, a los que los salarios, la sanidad, la educación, la vivienda, las pensiones, o la libertad es lo que nos preocupa y no tanto ruido, con tan pocas nueces, y tanto anuncio de una definitiva plaga bíblica.

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