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El teatro del obispo de Cáceres

En estos días del Clásico, no está mal echar la vista atrás y recordar los años en que un prelado puso de moda la escena y logró fondos para construir el seminario en los años 50

Una imagen de archivo, inolvidable, de los  de El Retozu en 2013.

Una imagen de archivo, inolvidable, de los de El Retozu en 2013. / El Periódico Extremadura

Miguel Ángel Muñoz Rubio

Miguel Ángel Muñoz Rubio

Cáceres

Estamos en tiempos de festival de teatro en Cáceres, una ciudad a la que siempre le han gustado las tablas. Un ejemplo lo encontramos en Manuel Llopis Ivorra, el prelado que llegó una tarde de 18 de junio de 1950 y lo hizo bajo arcos de triunfo y en medio de delirantes ovaciones a lo largo de un trayecto que inició en la Cruz de los Caídos y acabó en Santa María. Llopis, valenciano, no tardó en convertirse en el obispo más famoso y más querido de todos los tiempos: promovió la Asociación Benéfica Constructora Virgen de Guadalupe, hizo las casas del Carneril, el Coliseum, la Casa de Ejercicios de la Montaña, y el Seminario.

Llopis era, en realidad, un economista sensacional, así que un día pensó que para obtener más fondos con los que costear esa obra del seminario era bueno promover un grupo de teatro que pusiera en escena piezas ajustadas a los tiempos de la censura con las que recaudar el dinero suficiente. Y así fue como nació El Retozu, un grupo teatral creado por las ramas masculinas y femeninas de las Juventudes de Acción Católica. Su director fue Eugenio Cotallo Sánchez, un funcionario de Agricultura, hermano del célebre José Luis Cotallo, el predicador y misionero cacereño más querido y con más capacidad de convocatoria del pasado siglo, hoy en proceso de beatificación.

Eugenio Cotallo era presidente de los Jóvenes de Acción Católica, un hombre de extraordinarias dotes para el teatro, que también contribuyó a que San Jorge escenificara la batalla de moros y cristianos, porque hasta ese momento la fiesta del patrón se ceñía exclusivamente a una misa en Santa María.

Acción Católica tenía su sede en el Palacio de la Generala, donde también estaba el Periódico Extremadura. Pero allí solo se encontraba la Acción Católica Masculina, porque la femenina estaba cada una en su parroquia.

Al poco tiempo de llegar monseñor a Cáceres, mandó llamar a algunos de esos jóvenes y les propuso que salieran a escena con un fin benéfico. Cotallo reunió las obras y los muchachos comenzaron a recorrer las parroquias para realizar la selección, un cásting en toda regla del que salieron los siguientes elegidos: Enrique Pérez, Fernando Dobrito, José Luis Sánchez Mata, Alberto Gómez Saucedo, Guillermo Morcillo, Francisco Álvaro, Julián Arroyo, Velayos, Juan Fernández, José Fernández Ros, Guillermo Salceda, hermanos Sánchez Mayoral, hermanos Romero Ruiz, Nicolás Pérez, Matilde Acedo, Piluca Perera, Pilar Márquez, Mercedes León, Teresa Corrales, Paula Suero, Magdalena López, Pilar Barquero, Ana María Márquez, Javier Barandiarán, Miguel Antonio Esteban, Tony Bravo Perera, Emma Reifarth, Paco Acedo, Mary Cerro, Angelita Muriel, Milagros García, Pura Álvarez, Marisefa Caldera, Gaspar Manzano, Ángel Serrano Bulnes, Conchi Montero, Félix López, Miguel Cantero Mozo, Antonio Barrigón, Jacinto García y Teresa Acedo Carrera.

Un palacio para ensayar

Realizada la selección comenzaron los ensayos, que se desarrollaban en el Palacio del Obispo, cuya planta baja estaba a disposición de los jóvenes y todos los domingos se visionaba una película por la que había que pagar un módico precio porque Llopis tenía una espíritu comercial de tamañas dimensiones.

Llopis era un visionario que, indudablemente, revolucionó la ciudad. Sabía que El Retozu tenía que dar sus frutos, así que no dudó en coger a sus , les dio un pico y una pala, se los llevó a la parcela donde se levantaba el seminario, avisó a un fotógrafo del Extremadura y sacó a los chavales con el siguiente titular: 'Los jóvenes de Acción Católica inician las obras del Seminario'. En realidad, los adolescentes ni habían picado ni nada, solo habían hecho el paripé para la foto, pero aquella táctica comercial y publicitaria sirvió para que ese día todo Cáceres hablara de las maravillas de la Acción Católica Diocesana.

Muebles Pérez

Y es que el obispo era un crack con las cuentas. En el escaparate de Muebles Pérez, que estaba en La Concepción, pusieron un retrato de Llopis Ivorra. Cuentan que un día un matrimonio pasó por allí y le dijo ella a él: «Mira, si es el obispo, si parece que está hablando». A lo que el marido, sobresaltado, contestó: «Venga, vámonos corriendo no sea que nos pida algo para el seminario».

A Llopis nada se le resistía. Dicen que a cada una de las celdas del seminario le puso un nombre: que si Celda de la Virgen de Guadalupe, y el pueblo de Guadalupe le arreaba 15.000 pesetas, que si Celda de la Virgen de la Victoria, y el pueblo de Trujillo le arreaba otras 15.000 pesetas... y así igual con todas.

Eran otros tiempos. Entonces los chavales hacían excursiones y pasaban inolvidables jornadas en el campo. Generalmente se iban en un coche que los de Acción Católica habían comprado de tercera o cuarta mano. Un día el coche se paró y tuvieron que volver andando desde las Arguijuelas a Cáceres, pero no importaba porque regresaban cantando aquello de «Sole, Sole, Sole, como me gusta tu nombre Soledad» y se pasaban todos los males.

El coche de Juan Francisco

Eran los años en los que en Cáceres existía el Coche de Juan Francisco, un coche que ocupó el puesto de los maleteros (Carrondo, que tenía su parada en San Juan, fue de los últimos maleteros de la ciudad). Los maleteros llevaban en sus carrillos el equipaje hasta la estación de tren y también recogían los bultos de la estación cuando arribaban los trenes. De modo que la llegada del coche de Juan Francisco fue todo un acontecimiento. Juan Francisco vivía por la Concepción y tenía un anuncio que se hizo muy famoso y que rezaba así: «Juan Francisco, servicio a domicilio».

El coche de Juan Francisco estaba pintando de azul, era un coche público, un coche antiquísimo, al que había que subir por atrás porque tenía unas escaleras y los bancos a los lados. Generalmente, el coche de Juan Francisco hacía el trayecto de la plaza a la estación. Había veces que no podía subir la cuesta de la Gran Vía, entonces Juan Francisco se daba la vuelta y tomaba otro itinerario. Un día vinieron a jugar a Cáceres los del Real Madrid y hubo que ir a recoger a los jugadores a la estación. Juan Francisco se las apañó para que en el coche se metiera el equipo al completo y también los directivos del Cacereño.

El estreno

Entretanto, El Retozu seguía imparable. Concluidos los ensayos llegó el momento emocionante del estreno. La primera obra que se puso en escena fue ‘El genio alegre’, de los hermanos Álvarez Quintero. Le siguió ‘Molinos de viento’, cuya protagonista fue Pilar Barquero, sobrina de los del hotel Alvarez. Aquella obra se representó incluso con orquesta, era una zarzuela preciosa con su famoso ‘late, late, late el corazón’.

Habitualmente, las representaciones tenían un violinista muy bueno, Diego Fernández Díaz , al que todos llamaban Beethoven, y una pianista, Concha Pernil, mujer de Francisco Elviro Meseguer, que fue alcalde de Cáceres, y hermana de Carmelo Pernil, que era el coreógrafo. Pepita Bravo y Teresa Sabater hacían la labor entre bastidores, elegían a las chicas, alquilaban los trajes a Cornejo en Madrid o los confeccionaban ellas mismas: un tándem perfecto al que pusieron por nombre ‘Bravo Sabatini’. Y es que en El Retozu todos trabajaban y hasta Alejo Bermejo y Antonio Barrigón hacían de taquilleros con un croquis del patio de butacas.

Los vecinos de Llopis piden más iluminación

M. S. B.

Al final de cada representación, El Retozu siempre celebraba el llamado fin de fiesta, donde sus componentes cantaban y bailaban ‘Cariño Mío’ y ‘Olé Torero’, y el Gran Teatro al completo se ponía en pie entre ovaciones y el obispo, al término, se acercaba a ellos y les decía: «¡Qué bien lo habéis hecho, hijos!».

Recuerdos de un pasado que demuestra el amor de Cáceres por la cultura, y la pasión que siempre ha tenido por el teatro. Ahora, queda que la programación del Clásico reciba el impulso necesario para no hacer de este festival una cita segundona. A falta de un asesor visionario como Llopis, mirarse en el espejo de Mérida sería, por ejemplo, interesante. 

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